La gran revolución tecnológica que ha surgido en los últimos años, ha provocado consecuencias sociales y personales que delimitan en gran parte la situación en la que nos encontramos. De este modo, con las nuevas tecnologías cambian las formas de relación entre las personas, cambian las formas de comunicación y las formas de acceso a la información. Las nuevas tecnologías nos hacen más grandes porque podemos conocer más, comunicarnos mejor y relacionarnos de diferentes maneras con gentes que puede que jamás conozcamos en persona. Pero también las nuevas tecnologías nos hacen más pequeños: nos encontramos ante un mundo en constante cambio, un mundo diseñado para los jóvenes de hoy que a los adultos nos cuesta comprender, un mundo que ofrece tantas posibilidades que abruma, un mundo que da tanto poder (informativo, comunicativo, relacional…) que muchas veces no podemos manejar y finalmente nos puede convertir en marionetas de nuestro propio teatro.
Sin lugar a dudas son los jóvenes los más influenciados, los que han nacido y se han criado en esta globalización tecnológica que invade nuestras vidas sin que aparentemente, podamos hacer nada para detenerla. El problema surge precisamente aquí, son los jóvenes los más sabios, los nuevos profetas de estas nuevas tecnologías. Pero no se debe olvidar esto, son jóvenes, adolescentes, en pleno desarrollo que no cuentan en muchos casos con las estrategias para manejar de una forma sana y positiva el poder que les proporcionan estas nuevas tecnologías.
En la mayoría de los casos, los problemas que nacen del uso de tales tecnologías no pasan de ser periodos más o menos largos de tiempo dedicados a pasar un nuevo nivel del último videojuego o encontrarnos facturas algo más elevadas en la cuenta del teléfono móvil. Los problemas serios aparecen cuando ésas partidas más largas, o esas horas de más conectado a Internet se convierten en una rutina, en un hábito difícil de controlar que rompe la frontera del abuso y se convierte en adicción.