El comienzo del abuso sexual se presenta mediante caricias entre el agresor y la víctima, en donde en ocasiones el agresor recurre a formas de manipulación para lograr el hecho y hacer parecer que este no tiene nada de malo; después de las caricias se puede llegar a la masturbación o bien al contacto buco genital y en algunos casos, la evolución llega al coito vaginal, el cual puede ser más tardío, ya que se hace más placentero el acto para el agresor cuando la niña alcanza la pubertad.
En los casos en los que los agresores son desconocidos, el tipo de abuso se limita a ocasiones aisladas, pero sin embargo, estas pueden estar ligadas a conductas violentas o a amenazas de ellas; pero la violencia es menos frecuente porque los niños no ofrecen resistencia.
Es de suma importancia mencionar que los niños con mayor riesgo de victimización son aquellos con una capacidad reducida por resistirse o revelarlo, como son los que todavía no hablan o los que muestran retrasos en el desarrollo y discapacidades físicas y psíquicas.
Por otra parte, también son potencialmente victimizables los niños que se encuentran carentes de afecto en la familia, que pudieran llegar a sentirse inicialmente halagados por la atención de la que son objeto, al mismo tiempo que este placer con el tiempo acabe produciendo en ellos un profundo sentimiento de culpa, por haber dado paso a estas situaciones y permitir el abuso.
Algunos indicadores de tipo físico que nos hablan de la presencia de maltrato y abuso sexual hacia un menor son los siguientes: dolor, golpes, quemaduras, heridas en la zona genital o anal, presencia de semen en la boca, genitales o en la ropa, enfermedades de transmisión sexual en genitales, ano, boca u ojos, dificultad para andar o sentarse, entre las más fáciles de detectar a simple vista, sin embargo, hay muchos otras más que mediante el examen físico realizado por el médico legista se podrán detectar.
En lo que respecta a los indicadores comportamentales presentes en el niño o la niña víctima de abuso sexual se mencionan los siguientes: pérdida del apetito, llantos frecuentes, sobre todo cuando se hace mención de situaciones afectivas o eróticas, miedo a estar solo, miedos a los hombres o bien a un determinado miembro de la familia, cambios bruscos de conducta, resistencia a bañarse o a desnudarse y más enfrente de otras personas, etc., pudiendo mencionar infinidad de indicadores, sin embargo, al detectar algunos de estos en un niño, tendremos que tomar cartas en el asunto y acudir a especialistas o bien a la autoridad para denunciar el hecho y dar con el responsable.
Con todo esto, existen más posibilidades de poder detectar un abuso sexual en algún menor, ya sea que pertenezca a nuestra familia o que sea un conocido, vecino o que este en contacto con nosotros de cualquier forma y que podemos ayudar al ser capaces de revelar el delito y sobre todo denunciarlo ante las autoridades para que sus consecuencias no lleguen más lejos y que se detenga el agresor y se le castigue como debe de ser.
Aunque las conductas incestuosas tienden a mantenerse en secreto, existen diferentes factores que pueden explicar los motivos de la ocultación, por ejemplo, por parte de la víctima podemos observar que el hecho puede traerle ciertas ventajas como regalos, o temor a no ser creída en caso de revelarlo, esto aunado al miedo de destrozar a la familia o a las represalias del agresor; y por parte del abusador, la posible ruptura de la pareja y de la familia y el rechazo social acompañado obviamente de posibles sanciones legales.
Desde la perspectiva de la evaluación tanto psicológica como médica, el diagnóstico temprano del abuso, por un lado, tiene una enorme importancia para impedir la continuación del abuso sexual, con las consecuencias que ello implica para el desarrollo del niño; y por otro lado, y como se ha visto en otros análisis, la validez del testimonio desempeña un papel fundamental, para darle mayor énfasis y hacer más certera y correcta la denuncia y poder así sancionar al agresor.